Capítulo 1
Ana apenas
escuchó el zumbido del móvil, que estaba en silencio en modo vibración sobre la
mesilla. Contestó en voz baja y escuchó al otro lado la voz de Gutiérrez.
-
Ana, siento fastidiarte el fin de semana, pero tienes que volver.
-
¿Qué
pasa?
-
Un asesinato, Mario te lo ha asignado a ti
-
No me jodas, Guti, ¿no hay nadie más? Este tío sabe que es mi fin de
semana, que hace ya mucho tiempo que estoy planificándolo.
-
Lo siento, ya sabes cómo es, anda, dime donde estás, te mando un coche a
buscarte.
-
¿Qué
hora es?
-
Las 8 menos cuarto, dormilona. Anda, donde te recogen.
-
Diles que bajo a desayunar a La
Golosa, que está en frente.
Se apoyó en el
borde de la cama. Era sábado. Habían llegado a Cangas de Onís el día anterior.
Era su primer fin de semana desde que María nació, hacía 5 años. A Ana le había
costado mucho decidirse a salir. Andrés, su marido, ya ni le insistía. Tuvo que
salir de ella. Su matrimonio era cada vez más frío. Andrés nunca había valorado
el trabajo de Ana. Él se creía un gran arquitecto, era el que tenía vida
social. Ana fue importante en el cuerpo. Llegó a ser una mujer importante hasta
que Mario, su propio mentor, le cortó la cabeza cuando vio que cada vez tenía
más peso en el departamento.
Cuando Ana cayó,
decidió tener un hijo y se volcó en él, en ella más concretamente, ya que María
era una preciosa niña.
El haber caído
profesionalmente alegró también a Andrés, pero sumió a Ana en una extraña
depresión que únicamente era colmada por su unión especial con María, una unión
casi enfermiza, tanto que le costó 5 largos años decidirse a salir un fin de
semana fuera.
Pero Mario se lo
estropeó. Ana no creía en las casualidades, sabía que Mario se lo había
saboteado adrede.
María apareció
en la puerta de la habitación mientras Ana se vestía. Se le borró la sonrisa y
le preguntó porque se vestía, si se iba a ir sin ella.
Ana le explicó
que debía volver a Madrid, que se quedaba con papá para ver una cueva muy
grande con una cascada que caía desde abajo, y que iban a subir a unos lagos
con nieve.
Andrés ni
preguntó, simplemente cogió a María y se la llevó a desayunar.
Ana le dio un
beso a Andrés, que separó la boca, poniendo la mejilla, visiblemente enfadado.
Hacía ya mucho tiempo que quería que Ana dejara de trabajar y se quedara en la
casa con la niña, y esas cosas, y las salidas a horas intempestivas de Ana, en
un trabajo que no le llenaba le ponía furioso.
Capítulo 2
Ana dio un
fuerte abrazo a María y bajó del apartamento directamente al bar. En la puerta
había un coche de la Guardia Civil,
pero entró a desayunar, sin hacerles mucho caso.
Se tomó un café
con leche y un croissant y salió al coche. Se dirigió a uno de los guardias que
hablaban al lado del coche interrumpiéndoles la conversación.
-
Soy Ana Lafuente Santander, creo que me están esperando.
Uno de los
guardias civiles le abrió la puerta del coche mientras el otro se metía dentro.
Dio la vuelta y se puso de copiloto mientras el coche arrancó a gran velocidad
con la sirena puesta.
-
Señores… ¿vamos a ir así hasta Madrid? Anda, no creo que haga falta.
-
Perdone teniente, nos han avisado de Madrid, diciendo que era importante que
la lleváramos lo más rápidamente posible.
-
Si, pero en silencio, por favor
El coche enfiló
el puerto del Pontón a toda velocidad. Ana le tuvo que decir que no corriera
tanto, que iba a investigar un asesinato, que ya no podía hacer nada por la
vida del finado.
Una vez llegaron
a Cistierna la carretera mejoró, desapareciendo las curvas, lo cual agradeció
Ana enormemente ya que estaba francamente mareada para cuando llegaron ahí.
Antes de coger
la autovía pararon a echar gasolina y Ana aprovechó a salir del coche y tomar
aire, despejarse un poco. Entró al lavabo y se mojo la cara. El mareo le había
hecho olvidar el enfado que tenía por haber tenido que abandonar a su familia
en el único fin de semana que se escapaba de Madrid en años.
Cuando entraron
en el coche marcó el móvil de Gutiérrez. Se imaginaba que aún estaba en la
escena del crimen. Quería que le informara. Se imaginó un ajuste de cuentas
entre drogadictos o traficantes de baja estofa, que era lo que Mario le
asignaba últimamente. Iba recordando sus últimos casos mientras sonaba el tono
de llamada de Gutiérrez, que era una canción de Motorhead, The Ace of Spades.
Siempre le reprochó que en el móvil de trabajo pusiera ese tipo de tonos poco
serios, pero Gutiérrez era especial, era un hombre libre en la esclavitud del
cuerpo y se permitía esos pequeños devaneos libertarios.
Gutiérrez no
cogía, cosa que le extrañó. Dejó el móvil en el asiento y se puso a mirar por
la ventanilla. Su trabajo no funcionaba, desde lo de ETA la tenían en un
segundo plano, su propio jefe la había defenestrado, y desde entonces estaba en
sus manos. Veía a sus compañeros crecer, promocionar, pero ella ya había
llegado a lo más alto, ya no la dejarían crecer más y la ahogaron en su éxito.
Su matrimonio no
funcionaba. Se había casado con uno de los arquitectos más prometedores de
Madrid que se quedó en el camino, en promesa. Y aunque sus éxitos profesionales
no consiguieron avanzar, su ego sin embargo creció hasta límites insospechados.
No solo era arquitecto, ejercía de arquitecto.
Sólo su niña le
mantenía con vida, impedía que mandara todo a la mierda, que pidiera un
traslado, que se divorciara, que empezara de nuevo. Estaba encerrada en un
mundo que lo único que la mantenía con vida, que la hacía feliz, le impedía
romper con lo que la martirizaba, maldita paradoja.
Sonó el móvil.
Era Gutiérrez.
-
Anda, cuéntame los detalles… ¿crimen pasional? ¿ajuste de cuentas?
La voz de
Gutiérrez sonó baja, como si no quisiera que le escucharan los que le rodeaban,
hablando susurrante.
-
Ana, no te lo vas a creer. Mario te ha mandado a estudiar un crimen
bastante tonto, una especie de ajuste de cuentas. He sido yo el que le ha
convencido para que te lo diera. Estoy en el baño del cuartel, no puedo hablar
en voz alta. Escucha, un individuo disparó sobre otro que salía del metro. Le
pegó un tiro en la cabeza. La bala le atravesó la cabeza. Saliendo por la boca,
un espectáculo muy desagradable, ya te puedes imaginar. Pero los forenses
encontraron la bala, y cuando la vi me ha parecido algo raro.
-
¿Por qué hablas en pasado?
-
Porque fue ayer por la tarde
-
Mierda, ¿y no podíais haber esperado al lunes?
-
El lunes igual habrían dado el caso a otro, y este es tu caso. Déjame que
te cuente. Encontramos la bala y esta noche he investigado sobre esa bala, y no
te puedes imaginar qué es lo que me he encontrado. Esa bala solo se utiliza en
un revolver de calibre 32, no en pistola, y lo más importante, ha habido dos
asesinatos iguales, uno en Barcelona y otro en Bilbao. En la salida del metro,
por la tarde en estaciones concurridas, hombres de mediana edad, y con revolver
calibre 32. Tres asesinatos
iguales.
Ana asimiló lo
que le estaba contando Gutiérrez, tres asesinatos iguales. Los patrones no
correspondían a un sicario. Que las víctimas y los escenarios fueran similares
y que se utilizara un revolver en vez de una pistola hacían de los asesinatos
algo especial.
-
¿Se trata de un asesino en serie, Gutiérrez?
-
Si, por eso he hecho que Mario te lo asignara. Nadie lo sabe todavía, nadie
sabe el potencial de este caso, salvo yo… y bueno, ahora tú.
-
¿No se investigaron los otros asesinatos?
-
Por supuesto, Ana, uno los mossos de escuadra, el otro la ertzantza.
-
O sea, que no hay datos.
-
No, ya sabes, cada uno a su rollo. No se han cruzado datos. He buscado en
la red común de la Interpol,
ahí ha aparecido todo. Mira, vente para el escenario del crimen, está en la
boca de Sol.
-
¿Tan
céntrico ha sido?
-
Si. Intentamos hacer una jaula, pero te puedes imaginar que ahí poco se
podía hacer.
-
Bueno, si ha actuado en Madrid, Bilbao y Barcelona, acabará saliendo de la
ciudad. Habrá que plantear…
Ana se dio
cuenta que los dos agentes que la conducían escuchaban atentamente y se
incomodó. Si Gutiérrez había mantenido el secreto, no era cuestión ahora de
hacer público el planteamiento de la investigación.
-
Vamos para Sol, espérame allí, quiero ver el escenario yo misma. Lleva todo el material, lo estudiaremos
sobre el terreno.
-
Ok
Colgó el
teléfono y llamó a Andrés. Se pudo María, que excitada le contó que había visto
una cueva enorme con una cascada, y un río donde había tirado una moneda y
pedido un deseo. Le mandó besos y se fue. Se puso Andrés y le contó que estaban
en la Santina,
que no podían subir a los Lagos porque aún había mucha nieve, pero que se irían
a Ribadesella, que a María le apetecía conocer donde había nacido la princesa
de Asturias, valga la redundancia. Parecía fastidiado. Enseguida con la excusa
de que la niña se iba colgó.
Capítulo 3
La pareja de
guardias civiles que llevaban el coche apenas conocían Madrid. Sacaron un GPS
del coche e intentaron ponerlo en marcha, pero era un viejo aparato que ninguno
de los dos sabía utilizar. Por fin lo arrancaron bajo la mirada indiferente de
Ana. Uno de ellos le preguntó por la dirección a la cual debían dirigirse. Ana
les dijo que no se preocuparan, que ella les guiaba, y le fue indicando como
ir.
Aparcaron el
coche patrulla en medio de la plaza, lo cual provocó una estampida de
carteristas, vendedores del top manta y de un número indeterminado de
habitantes habituales de la
Puerta del Sol.
Ana se despidió
de los agentes, diciéndoles que no los necesitaba y agradeciéndoles el viaje.
Los dos agentes se cuadraron y saludaron militarmente. No en vano Ana era
teniente de la guardia civil y si les habían levantado de la cama con tanta
urgencia para que la llevaran a Madrid de inmediato, sería un importante
miembro del cuerpo. Ana les devolvió el saludo indiferente, ya no estaba para
esas filigranas sin sentido, y se dirigió hacia Gutiérrez, que observaba la
escena sonriendo al lado de la boca del metro.
-
Teniente O´Neal, parece que sus soldados se entristecen de dejarla.
-
Mira que graciosillo el nene… en fin, ya se van. Vamos a tomar un café,
tengo el estómago como una lavadora, y necesito meterle algo. Vaya viajecito me
han dado, no sé quien les has dicho que era, pero la verdad, estaban cardiacos.
Entraron en una
cafetería y se pidió una pulga de tortilla con una caña, y Gutiérrez se repitió
con lo mismo. Se sentaron en una mesa y empezó a comentarle el caso. Le enseñó
las fotografías tomadas el día anterior, el preinforme que había hecho de
acuerdo a los datos que había obtenido, de las dos declaraciones que había
tomado a dos testigos que en realidad tampoco aclararon nada, ya que se
contradecían en exceso.
-
Al parecer el asesino se apostó en el lado izquierdo de la boca de metro, y
allí espero a su víctima, que se trataba de un hombre de 58 años, Alvaro Pérez
Sarmiento, casado, con dos hijos. Trabajaba en una carpintería.
-
Deja los datos de la víctima para más adelante, céntrate únicamente en el
asesinato.
-
Ok. Cuando la víctima subía por las escaleras, le disparó en la cabeza
desde arriba. Un tiro certero. La bala le entró por la parte superior del
cráneo y se salió por la mandíbula. La muerte fue inmediata. El cuerpo se cayó
escaleras abajo, sobre la gente que subía. Dos testigos vieron alejarse a un
individuo tranquilamente, y ambos creen que es el asesino, pero en la
descripción apenas coinciden.
-
Encontraste
la bala.
-
Si, la encontré enseguida, una bala del calibre 32, de un revólver. Además,
no había casquillo, cosa que corrobora el uso de un revólver.
-
¿La
víctima?
-
Ya te he dicho, 58 años, con dos hijos. Salvo multas de tráfico, está
limpio. He mandado a dos chicos a investigar en su entorno, pero no creo que
aporten nada nuevo. No hay un
motivo para que lo asesinaran.
-
¿Lo de Barcelona y Bilbao?
-
Crímenes muy similares. El de Barcelona en septiembre, el 12. El de Bilbao
el 7 de noviembre.
-
Hoy es… 14 de enero. Ayer era 13.
-
Las tres víctimas hombres de mediana edad, limpios, casados, con familia.
No tienen nada en común salvo eso, la edad, el de Barcelona 55 años y el de
Bilbao 61. Similar complexión, 175 más o menos los 3, canosos, ni gordos ni
delgados. Parece que se sigue un patrón con las víctimas. Los tres asesinados
con un revólver de calibre 32, un solo disparo, no aparecieron casquillos. Los
tres en horas concurridas, en la boca del metro, y con un tiro en la cabeza
hecho desde arriba. Es el otro
patrón que coincide.
-
Vamos a ver la boca de metro.
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